lunes, 2 de noviembre de 2009

Ser felíz es fácil


Un catorce de noviembre a las tres de la tarde decidí llevar mi auto al taller, era una tarde agradable como cualquier otra. El mecánico se me acercó y me dijo que el arreglo llevaría una hora y que podía pasar luego a buscar el auto, así que decidí caminar hasta la rambla y hacer tiempo.
Me senté cómodamente al sol con la intención de disfrutar aquel tiempo libre, pero lo que sucedió esa tarde cambiaría el rumbo de mi vida. Mientras esperaba, sin hacer nada y observaba los autos y a las personas pasar, comencé a sentirme culpable de no estar haciendo algo, pensé… estoy perdiendo mi tiempo, me siento inútil, podría estar aprovechando este tiempo para adelantar mi trabajo, etc. Estos pensamientos negativos comenzaron a atormentarme y no parecían detenerse, cada minuto que pasaba me sentía más culpable que el anterior.
Recuerdo que esa hora de espera se volvió eterna, pero me hizo reflexionar sobre mi vida, ¿por qué me sentía culpable por no estar haciendo algo? ¿Es que siempre debía estar haciendo? ¿Qué valor le estaba asignando al ocio o al esparcimiento en mi vida?

Esta experiencia fue el motor de mi cambio.
Me dije… debo aprender a disfrutar de mi tiempo libre, debo profundizar en la relación que tengo conmigo mismo, debo aprender a estar bien aunque no esté haciendo.

Dos meses más tarde, preparé mi carpa y mi mochila, revisé el aceite de mi auto, compré algunas provisiones y partí para el Cabo Polonio donde planeaba comenzar mi aprendizaje sobre el auto-conocimiento. Llevaba dos buenos libros, música tranquila y lo necesario para pasar una semana en absoluta contemplación y soledad.
Aquella primera puesta de sol en la playa, permanecí una hora sentado solo frente al mar, escuchando el ruido de las olas mientras reinaba la paz y la tranquilidad…, hasta que volvió a suceder! Pensamientos como… ¿y qué haré esta noche? ¿Conoceré a alguien hoy?, Ojalá alguien pase y se me acerque y me pregunte que estoy haciendo! Estos cuestionamientos se sucedían sin cesar; mis deseos me acosaban y en cuestión de tres minutos ya estaba nuevamente sumergido en un océano de insatisfacción y sufrimiento.
¡A la mañana siguiente, recogí mis cosas y me volví a la ciudad!
Me había dado cuenta de que no alcanzaba con aislarme u ocupar mi mente con un buen libro o una buena canción, debía aprender a estar solo, debía aprender a manejar mis pensamientos, a tomar las riendas de mi mente.